Tienes tiempo, tranquila/o.

Cuanto más conecto con diferentes profesionales en sus puestos y objetivos, más detecto un patrón preocupante.

Existe una especie de mentalidad subconsciente extendida de que «no tenemos tiempo para nada».

Los días ya no parecen de 24 horas, sino fragmentos de 20 minutos en los que parece que antes del minuto 19 (y del 4, si nos dejasen) necesitamos sacar ya una conclusión.

¿Voy a una reunión y no logro lo que quería? Un fracaso.

¿Hago una llamada y no me responden? Una pérdida de tiempo.

¿5 minutos parado tranquilamente? No puede ser, seguro que hay algo que puedo hacer si miro el móvil.

Parece casi como un pequeño patrón (involuntario) de auto-tortura en el que estaríamos condenados a no parar. Porque cuando más cerca estás de hacerlo, más te lo prohíbe tu cabeza.

Al fin y al cabo ¿qué esperabas? O no te has enterado, cuerpo (fatigado y molido como estás de días de cansancio acumulado) que yo, cabeza, te he repetido muchas veces que no tenemos tiempo para estarnos quietos.

El problema de ese frenetismo de dividir la vida en días, los días en paquetitos de 20 minutos y una tendencia de intentar colar alguna mini-victoria antes del minuto 20 es que nos hemos olvidado de mirar el gran esquema.

En vez de personas logrando grandes proyectos con paciencia y medios, lo que generamos son individuos permanentemente sin tiempo ni medios y «obligados a producir algo de la nada».

Nos olvidamos de que muchas veces producimos algo bueno sin acciones. Que se puede ayudar a otro tan solo escuchando. Y que se pueden ganar muchas guerras perdiendo (o teniendo la sensación incluso) de perder todas las batallas.

En ese sentido no puede evitar recordarme este fenómeno a la espuma del jabón que lava platos.

¿Acaso la espuma deja los platos más limpios? No. En absoluto.

De hecho, no sirve para nada a nivel de limpieza.

Pero a ti te deja tranquilo/a pasar la esponja y ver que brota la espuma.

¡Ah… qué tranquilidad! Ahora puedo estar seguro/a de que en la esponja hay jabón y lo estoy dejando todo perfectamente limpio.

Porque sin la espuma, por mucho jabón que hubiese a un nivel microscópico, tú tendrías el estrés de no «ver nada».

El estrés ese de sentir que no estás rascando un poco el plato en balde con algo que no limpia mientras las bacterias celebran entusiasmadas su victoria (en un micro-mundo que no puedes ver).

Por eso, como el jabón, buscamos a diario reconfortarnos.

No solo queremos ganar, sino que necesitamos desesperadamente reafirmación de que vamos bien.

Pero ignoramos una gran cantidad de victorias que, a diferencia del jabón, no dejan espuma que nos permita saber que están ahí.

No deja espuma de victoria una reunión (en apariencia) «perdida» en la que le has causado tan buena impresión a un cliente que ya no quiere más proyectos, sino contratarte.

No dejan espuma de victoria esos 5 minutos de descanso y cerrar los ojos en los que planificas (sin enterarte) el día siguiente y sientas las bases de un día de mañana con tanta energía «que no sabes de dónde viene».

Y no deja espuma de victoria el que al poner por escrito una lista de tareas que se satura (porque toda primera lista de tareas se satura) hayas alcanzado un logro.

De hecho la mayoría de la gente interpreta su primera lista saturada como un «signo de fracaso». Cuando para los que llevamos un tiempo enseñando productividad es el signo de todo lo contrario. Porque, a diferencia de nuestra mente, una lista de tareas «no olvida» y una vez aprendida esa lección, si aguantas tan solo un día más sin abortar el intento, empezarás a acceder a un super-poder. El de tener control por primera en tu vida de todo aquello que tu mente, hasta ahora, te robaba silenciosamente olvidándolo sin que tú tuvieras ninguna capacidad de reaccionar.

Algunas de las mayores lecciones tienen mucha pinta de fracaso. Y a algunas de las mayores victorias la gente les llama comúnmente fracaso.

De fracasos sé un rato porque, hace tiempo que hice las paces con el principio de que «para saber que estoy jugando a mi nivel es ir a diario a fracasar».

Al fin y al cabo, cuando uno gana todos los partidos: o asciende de liga o abandona el juego. Porque, como decía Alan Watts en un experimento de imaginación: «¿qué sentido tendría vivir una vida en la que sabes que todo va a salirte bien?». ¿Qué emoción tendría iniciar un proyecto que ya sabes que vas a dominar de principio a fin (más allá del gustillo que da hacer algo simple que te relaja repetir de vez en cuando)?

Estoy muy lejos de tener todas las respuestas y para nada se leer el futuro.

Pero no hace falta ser adivino para saber que, si no estás muerta/o, te queda tiempo.

Y permíteme añadirle que, si tienes tiempo, serán probablemente más bien años que días. Asi que no los cortes en fragmentos de 20 minutos, por favor.

Porque mirar la película completa, te animará a hacer otras cosas con mucho más sentido. La vida no es un juego de carreras de esos en los que tienes que llegar a la siguiente meta antes de que se acabe el contador. Solo para que cuando llegues a una meta veas como te dan algo más de tiempo y aparece otra a la que correr sin pensartelo dos veces. ¡Menudo frenetismo!

¡Qué va! La vida no va de eso para nada. Tienes mil opciones mejores a tu alcance y puedes renunciar a las metas por urgentes que parezcan.

Respira.

Levanta la cabeza como un periscopio y mira a tu alrededor.

Todo es relativo y casi ninguna urgencia es tan urgente como te parece.

Igual que a los 12 años quedarse sin piscina por la tarde parecía «el abismo» (lo que no puede pasar por nada del mundo), probablemente lo que tengas ahora entre manos también pueda relativizarse. Y lo de ayer, y lo de mañana.

Y con un poco más de perspectiva, juntando esos paquetitos de 20 en 20 minutos comprobarás que vuelven a dar lugar a horas, que vuelven a agruparse en días, que en realidad te dan semanas y que visto así te recuerdan que tienes muuuuucho tiempo que puedes elegir pasar en lo que quieras.

Quizás entonces te guste la idea de tomártelo con calma y de no vivir un camino tan largo y rico «pensando que no tienes tiempo» (angustiado/a en micro-batallas).

Porque a fin de cuentas, sí lo tienes. Y las únicas metas que tiene sentido son: (1) la última (que es llegar al fin de tu vida contento con lo que has realizado) y (2) la de disfrutar el camino (que en esencia es la misma que la primera pero recordándote que no tiene sentido ser solo feliz a partir de los 114 años, sino todo la vida en igual medida persigas lo que persigas).

Pues eso. No te exijas resultados cada 20 minutos, paciencia con periodos enteros y largos que no generen «espuma de victoria» (puede que esté ahí el germen bueno de lo que te depare el futuro) y disfruta del muchíiiisimo tiempo que efectivamente tienes.

Feliz minuto, feliz semana y feliz vida 🙂

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