
Otra de las reflexiones que me vuelve como un boomerang, y que estoy royendo a ratos como un perro con un hueso este verano, es el concepto de distracción y su prima, para mí más interesante, la evasión.
Distracción sería en palabras finas aquella acción que te interrumpe y le roba el foco a lo que estabas intentando llevar a cabo.
Según Nir Eyal, el autor de «Indistractable» y «Hooked», una distracción es tan potente como las ganas que tengas tú de distraerte. Tiene su lógica que, según esta teoría, nada podría distraerte del capítulo final de tu serie favorita, y hasta la última chorrada podría ser una distracción implacable cuando te toca hacer la cosa más aborrecible de todo el año.
Hasta aquí simple.
Por otro lado, la experiencia en el mundo real me dice que esta teoría se queda un poco corta. Ni es tan perfecta, ni la realidad tan modélica. Y aunque esa lógica tiene bastante peso he descubierto otro concepto diferente: la evasión.
La evasión, en mi modelo, son todas esas acciones que hacemos para «deliberadamente sacarnos de un sistema de pensamiento y hasta en parte no confrontar ciertas emociones».
Por ponerlo así: una interrupción sería recibir un vídeo gracioso y verlo en el trabajo (porque te apetece más el vídeo que trabajar). Y un ejemplo de evasión sería ofrecerte hasta a ayudar a un amigo con su mudanza con tal de no pensar en que tienes que despedir a un empleado.
Ambas tienen cosas en común (las usamos para escaquearnos de algo que no nos apetece), pero las medidas que funcionan para mitigar una u otra son totalmente diferentes.
De nuevo, en esta columna no vengo a dar «respuestas absolutas», si no a compartir trabajo en progreso.
El caso es que esta lógica se rompe completamente cuando te encuentras a ti mismo evadiéndote o distrayéndote de tu pasión.
Como sabes, soy mi propio jefe desde hace años. Y me dedico a algo que me encanta. Pero aún así me he encontrado a mí mismo tanto distrayéndome del capítulo final de mi serie favorita (con el móvil) como evadiéndome en el trabajo cuando la actividad que me tocaba era justamente de mis preferidas.
¿Cómo se come esto?
Así que empecé a fijarme también en otros conceptos y en que en realidad hay mil maneras por las que uno puede querer, intentar o incluso necesitar interrumpirse o evadirse.
Por ejemplo, de aquí nació la observación de que cuando las expectativas sobre algo son demasiado altas, puede darte miedo una de las actividades que más te gusta. No porque no te guste lo que haces, sino porque empiezas a vislumbrar que, hagas lo que hagas, nunca podrás estar a la altura de tus expectativas cuando están suficientemente infladas.
Si a esto le sumas las ganas de controlar que la opinión de otras personas sea buena y de agradar a todo el mundo entramos también en esquemas de perfeccionismos. Ahí es cuando puedes revisar un email 15 veces antes de enviarlo para que sea infalible (que nunca lo será) y donde el cuerpo, por lo menos a mí, parece que me susurra fuerte por dentro «lévantate de la silla y sácame de aquí».
Para luchar contra estos impulsos, sigo probando múltiples ideas y ahora ya no creo que haya una medida mágica contra las distracciones ni contra la evasión. De hecho, algunas interrupciones han sido buenas, y más de una jornada de evasión me ha recargado la energía (¿te acuerdas del potencial que te comentaba en otra columna?) necesaria para confrontar una decisión difícil.
Al perfeccionismo le agradezco a Brené Brown que me ayudase a verlo como un sistema auto-destructivo del que quieres huir cuanto antes. Y en esta época en concreto estoy intentando lo que que yo llamo los «libreDe»s. Que es un trabajo mucho menos controlado, basado en confiar mucho más en mi y asumiendo que no están en mi poder muchas de las cosas que solemos intentar controlar a diario.
Forman parte de estas iniciativas el propio «libre de control» por el que intento trabajar haciendo lo que buenamente puedo (sin intentar controlar detalles), «libre de expectativas» porque estoy porniendo a prueba la hipótesis de que toda expectativa que nos creamos es en realidad infundada y trabajamos mejor sin ellas y «libre de perfeccionismos» entre otros (que me ayuda a enviar emails a la primera).
Todo esto lo englobo dentro de un modo que llamo «dejar ir / soltar» y que se basa en algo que mi buen amigo Santi (fan del eneagrama) me viene repitiendo desde hace años aunque sea mi tarita personal, que es animarme a no aferrarme a cosas seguras presentes intentando buscar seguridad en todo.
¿Lo que gano al librarme de todo eso? Toneladas de tiempo, ligereza y agilidad.
Lo confieso: es de los retos más difíciles que he intentado en mi vida. Pero también en estas tentativas he encontrado algunas respuestas a toda esa evasión.
Porque cuando me libero de controlar lo que pensará la gente de esta columna, la escribo mucho más fácil y fluye sola. Cuando me liberé de intentar el mini-curso perfecto de «Cómo conseguir tu trabajo ideal«, este vió la luz el mes pasado y ahora podría mejorarlo si quisiese. Y paradójicamente, de cuántas más manías consigo librarme, menos quiero distraerme y menos evadirme porque en el fondo, hago lo que quiero y quiero lo que hago.
A ver si va a ser que más de una vez no nos evadimos de lo que nos toca hacer sino de la forma en que creemos que tenemos que hacerlo. Y como me está recordando un videojuego últimamente: «si esa idea no te convence, no la hagas. Hay millones». ¿Tiene algún sentido?
2 comentarios
BUENÍSIMO IAGO !! ES MUY PROFUNDO Y ESENCIAL TU REFLEXIÖN !! MUCHAS GRACIAS DESDE BUENOS AIRES !!! UN SALUDO AFECTUOSO
Gracias a ti por pararte a compartir tu opinión como siempre, María. Un saludo desde el otro lado del Atlántico 😀 !