Un caso que inspira

Hace apenas unas semanas entraba en mi radar a través de Twitter un tal @Santacenero de la mano de este tweet:

primer-tweet

Y aunque en aquel momento no tenía ni idea de qué iba el tema, lo cierto es que la conversación no había hecho más que empezar.

Algo diferente

En la misma conversación apareció una pregunta interesante:

extracto conversacion

Efectivamente, el libro lleva cerca de un año disponible pero los conceptos que describo en él sobre objetivos, estrategias, infraestructura y ejecución de tareas son relativamente originales.

En otras palabras, a día de hoy no conozco entre todas las aplicaciones que he probado una que tenga en cuenta todo esto. Pero, como le decía a @Santacenero, una parte importante de lograr transformar tu productividad es dotarte de herramientas que te permitan poner en práctica tu propia filosofía.

Concretando la solución

Normalmente el consejo se hubiese quedado ahí pero, a diferencia de otras veces, @Santacenero venía con mentalidad de hacer algo más que preguntar si existía ya una solución acabada.

Por eso en las semanas siguientes, seguí viendo un goteo incesante de avances y noticias.

Al poco de la conversación, me llegó el eco del concepto principal de la herramienta:

Más adelante fueron llegando los esquemas (que fueron más de uno):

Y tras bastante refinado, las capturas de pantalla y con ellas acabó enviandome la primera versión completa para que le echase un vistazo:

Eso no es el final pero la aplicación ya funciona. Pesa un par de kilobytes, es una chulada y se llama «Stratega». Ha nacido su aplicación integral de productividad. ¡Un exitazo en toda regla!

Por qué me gusta esta historia

Si hay un punto especial que me gusta de esta historia es que creo que posee un factor determinante.

No pretendo saber lo que pasó por la cabeza de Pedro (que así se llama @Santacenero), pero lo cierto es que desde un primer momento demostró una actitud interesante: «si no hay aplicación hecha, me la creo».

El proyecto es razonablemente modesto como para no ser inabordable pero es suficientemente ambicioso como para requerir dedicación y atención durante un par de semanas, algo que espantaría a la mayoría.

Por lo que el hecho de haberlo abordado es una declaración de intenciones. Prueba de una predisposición encomiable a no dejarse frenar cuando no existe una solución evidente y sobre todo esa actitud de decir «si no existe, me la creo. No va a ser eso lo que me frene».

Cada uno tenemos nuestras habilidades y él sabe programar pero lo que diferencia este caso es la intención. Esa actitud, por nimia que parezca, es en realidad un trazo característico de la gente productiva. Y por ello merece mi más sincero reconocimiento.

Lo que va y lo que nos queda

Con Pedro he seguido discutiendo por email tanto de técnica como de productividad. A él, como a todos, nos quedan mil y una cosas por aprender y mejorar. Pero a día de hoy, incluso con la aplicación sin acabar, Pedro ha ganado ya dos cosas fundamentales. Primero, las nuevas capacidades que su aplicación ya le ofrece (gestionar recordatorios, visión de objetivos, tareas, etc.) y segundo y más importante: el aprendizaje que ha vivido.

Decidiendo a cada giro, preguntándose la forma de cada elemento y haciendo encajar las piezas, se ha pasado un gran número de horas atento a cada pieza del gran puzle.

Ahora sabe lo que es un objetivo, no porque se haga una idea o porque lo haya leído en el libro, sino porque los ha escrito y programado. Sabe lo que es una estrategia para él y dónde encontrar las suyas. Sabe lo que puede esperar de su método y lo que no. Y en definitiva domina tanto su manera de organizarse como los medios de los que dispone (la famosa revolución que le deseo a todo el mundo en La Revolución productiva).

Que el proyecto sea una aplicación es lo de menos. Lo importante es el proceso. Lo importante es tener un proyecto.

Ensuciarte las manos y darle vida a cada definición de productividad en tu contexto.

No pares de desafiarte

No hace falta que cada uno programemos una aplicación para entender la productividad, pero lo que sí te marcará la diferencia es el enfrentarte cada día a tu siguiente problema de organización y no dejarte frenar aunque no veas solución fácil al respecto.

Fuera de ahí, con aplicación o sin aplicación, con lápiz o superordenador, poco importa. Porque la herramienta más afilada que habrás logrado poniéndote a prueba cada día estará en tu cabeza.

Así que: ¡enhorabuena Pedro!

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