Columna de verano (4/4) – Felicidad por castigo

Creo que ya se me nota a diario en lo que digo pero, por si había dudas, aclaro que mi objetivo en la vida no ha sido nunca ser «más productivo», sino cada día un poquito más feliz.

Por eso este año he realizado todavía más experimentos directamente sobre felicidad (que a veces me traen muchas conclusiones productivas).

En estos experimentos he ido probando algunas cosas un tanto atípicas que me han hecho cuestionarme palabras que hasta ahora creía evidentes.

En concreto las palabras de: premio y castigo.

Me viene a la cabeza una escena de la película Idiocracia. En ella la sociedad era tan tonta que regaban los cultivos con bebidas energéticas hasta esterilizarlos porque «¿cómo no va a ser mejor regar así que con agua? ¡Si tiene electrolitos!»

Pues, aunque parezca cómico y de idiotas, es muy fácil caer en algo parecido.

Un ejemplo común: si yo empiezo a pensar que descansar es «perder el tiempo», es muy fácil que lo cambie por una actividad como ver un vídeo o consultar el móvil. «¿Cómo no va a ser mejor? ¡Si así hago algo!»

Se entiende la ironía, ¿no? Pues vaya por delante que yo he caído y sigo teniendo que entrenarme para no hacer estas tonterías bastante a menudo.

La explicación creo que está en que somos humanos y es realmente fácil no explorar lo que crees que ya sabes (hasta casi parece lo correcto, que si no nos volveríamos locos con todo).

Y muchas veces, lo que creemos que sabemos son simplemente cosas que hemos (mal)copiado de la sociedad (que suele tener una opinión de todo).

Hay cosas que la sociedad percibe colectivamente como «buenas» (y entonces las miramos como premios) y otras como «malas» (que intentamos evitar y consideramos como castigos).

Dos ejemplos triviales: un móvil de último modelo es bueno, aburrirse es malo. O al menos eso opina el «saber popular».

Sin embargo, la ciencia viene a decir casi lo contrario. Que aburrirse es buenísimo para el cerebro y la creatividad, y que un móvil de última generación es un móvil al fin y al cabo (y fuente de muchos malos usos modernos).

La propia paradoja del hedonismo es un principio filosófico que dice que cuanto más buscas deliberadamente el placer o la felicidad más puedes acercarte a la insatisfacción.

Pero, entonces, a mí que me convienen ¿premios o castigos? Y si me induzco lo que le parece un «castigo» a la sociedad, ¿podría acercarme más a la felicidad? Así que me he puesto a experimentar con esto.

Por ejemplo, ¿podría ser más feliz prohibiéndome durante una semana la televisión, las series, el ordenador y las pantallas?

Y lo hice. De hecho, fue tan impresionante que lo renové otra semana. Y las conclusiones me parecieron fascinantes.

Primero, concluyo que no sé de dónde narices salen esas etiquetas de «bueno o malo» / «castigo o premio» que vamos poniéndole a las cosas. Porque esta restricción que muchos padres usan como castigo a sus hijos, para mí acabó siendo muy positiva y enriquecedora.

Segundo, que a menudo detrás de pequeños gestos se esconden fenómenos mucho más grandes.

Por ejemplo, durante el experimento se me hacía más difícil no romper la disciplina durante el fin de semana. Mientras durante la semana toleraba bastante bien aburrirme un poco más o hacer algún sacrificio, el fin de semana me indignaba especialmente «estarme haciendo esto» y además «voluntario».

Sin embargo, como a cualquier niño que le quitan el móvil en un día de playa, al apagar la pantalla, se encendió el mundo. Y eso resultó genial.

Es más, es un fenómeno que he visto a padres hacer muchas veces a sus hijas/os, pero ¿cuántas personas son capaces de limitarse a sí mismas?

Recuerdo que esas semanas iba a la piscina a hacer deporte con más ganas y sin prisas porque al principio hasta se me hacían las tardes largas y no quería aburrirme. De hecho, tomé consciencia de la cantidad de hobbies y actividades que tengo que pasan por un ordenador o un móvil. Hasta el punto de que si te las quitas se genera un vacío.

Pero aunque el aburrimiento llegó, y ahí fue cuando hubo que tirar de más fuerza de voluntad, también es cuando empezaron a surgir nuevas opciones. Leí más, descansé más, paseé más, cociné mejor, etc. Y al final me faltaba tiempo para acabarme el libro ese, no para lo que tenía parado desde hace 2 semanas en el ordenador.

Es verdad que ya había experimentado varias veces, días, fines de semana o tardes enteras sin dispositivos y eso ayuda. Pero periodos tan grandes te animan literalmente a cambiar de estilo de vida y reinventarte. Y no lo hago permanente porque no lo veo necesario. Pero esas 2 semanas ya me han cambiado y sé que habrá más. Iguales y con experimentos de otros estilos.

Con esta columna acabo esta mini-serie de verano (sí, paro aquí hasta septiembre) y me despido hasta la vuelta para irme a por mis merecidas vacaciones.

Pero no sé por qué me da que van a seguir siendo atípicas. Porque ahora que tengo una relación diferente con las expectativas y no pretendo evadirme, que no llego con el cerebro frito (gracias a descansos regulares) y que me va el mambo de seguir probando prototipos e ideas poco a poco desde que un buen día decidí irme del trabajo por cuenta ajena para crearme un viaje propio, pues cualquiera diría que no me voy de vacaciones.

Tan solo que me voy a vivir 30 días en un contexto un poquito diferente, y no prometo que no me apetezca al final hacer algo más, nuevo o diferente de lo que ya me apasiona. Yo si hago experimentos, te cuento que tal fueron a la vuelta. ¡Un saludo y que tengas buen verano!

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